A contraluz vio cómo la luna le mojaba la cabellera en la semipenumbra. Ella giró el rostro y lo interrogó con una sonrisa. "Hoy caminé hasta extraviarme en el sueño de los pájaros... Tuve la imagen de que me despojaba de mis ataduras y con tanta libertad no sabía qué hacer", dijo el rey Shahriyar. "¿Por qué habríais de temer a la libertad, amado mío?", apuntó la bella Scheherezade, acurrucándose junto al rey, presintiendo que iban a iniciar las mil y cincuenta noches.

Almanzor, fiel camello, los condujo a esa lejana tierra del futuro que llamaban "El Jardín de la República". El giboso se detuvo en la esquina de Ejército del Norte y Belgrano. Entre los autos y las motos, dos changuitos se paraban sobre sus manos, desnudando la pobreza, el abandono, mientras un tercero agitaba un tarro y hacía cantar las monedas.

Al dar la luz verde, un enjambre de vehículos patoteó a Almanzor. Por los rostros desencajados dedujeron que las palabras que les gritaban eran soeces. A medida que ingresaban al centro, el caos era cada vez peor. La infelicidad se leía en las caras de los conductores. Notaron que muchos de estos, como también los peatones, se ponían una mano en la oreja y hablaban solos sin detener la marcha. De cada diez personas, cuatro o cinco llevaban en la mano el aparato y caminaban ausentes del mundo que los rodeaba.

Los bocinazos, los roces, las ruidosas manifestaciones les pusieron el corazón en la boca. Llegaron a una plaza. Almanzor aprovechó para beber de una fuente. Cerca de un monumento, vieron a un pordiosero y se le acercaron.

- Dime, morador, ¿por qué no usas tú también ese aparato para hablarle al viento?, dijo Shahriyar.

- No lo necesito para vivir...

- Pero en las calles casi todos andan con...

- La gente se rodea siempre de cosas prescindibles.

- ¿Por eso vives pobremente? Tu ropa y tu calzado dan pena...

- El hombre es esclavo de la necesidad y mucho peor es cuando se convierte en un prisionero de los objetos. Si te compras un celular, te sientes bien, pero luego ves que otro tiene uno mejor y lo deseas. Entras así en una carrera por la posesión y la compra de objetos, si no los tienes te hacen sentir mal.

- Pero está en la esencia del hombre generar dependencias... ¿cuáles son las tuyas?

- Es cierto. No tengo tus lindas prendas, pero las mías me sirven para no padecer frío. Mis zapatos son viejos pero puedo caminar. Si consigo dinero, como, si no me aguanto el hambre... Necesidades tengo, pero te diría que son mínimas.

- ¿Como la de los chicos que vimos en las avenidas?, intervino Scheherezade.

- Desgraciadamente, sí. Los grandes podemos elegir nuestro destino, pero los changuitos no pueden hacer lo mismo con su futuro.

- ¿Y qué dirías de los que generan una dependencia con el tener poder?

- Son los más desdichados. El poder los hace sentir dioses...

- ¿Pero qué poder puede tener un poderoso si se lo desnuda en público...? ¿Cómo te llamas, buen hombre?

- Me dicen Luciano de Samosata.

La doncella y el rey se subieron a Almanzor. En las afueras de la ciudad, bajo un algarrobo, se detuvieron. Ella extrajo de las alforjas un odre con vino y calmaron la sed. La bella Scheherezade le acarició los pensamientos a Shahriyar: "¿Cuál sería la diferencia entre el pordiosero y los demás?"

- En que él no sufre por lo que no tiene y sí poseen los demás. Aprendió a vivir con lo poco que tiene o lo que la vida le da...

- ¿Sin qué cosas se os haría difícil vivir?

- Sin la música que brota entre las cuerdas de la noche, sin los atardeceres, sin el abrazo del amor, sin el aleteo de tus besos.